Esa última semana fue mucho más relajada que las otras, pero a la vez mucho más angustiosa, pues sabíamos que había que aprovechar el tiempo al 100%, pero el nivel de actividades programadas había disminuido.
Pese al agotamiento del Maderas y a las agujetas que persistían (en mi caso, y algunos más, estaban muy presentes) comenzamos el lunes con la visita a nuestro centro del “Comandante Cero”. Este hombre, ha participado en tres guerrillas y dos guerras en posiciones sandinistas. Tiene 72 años y 50 años de luchas. Tiene este apodo por que en las misiones militares, las personas pierden sus nombres propios y son enumerados, dejando el cero al cargo más alto. La prensa le conoció así y lo divulgó con este “mote”. Ha compartido charlas con el Che, con Fidel Castro y otros personajes de la historia revolucionaria, sin embargo no se le vio ninguna gota de regodeo y no perdió su humildad en ningún momento. Lo luchó por gusto sino por necesidad. Una frase con la que me quedé es “dame un hombre honesto que te haré un revolucionario”
Hemos visitado al embajador de España. Lleva 6 meses en el cargo y algunas preguntas no las pudo contestar por desconocimiento, pero nos ofreció una visión generalizada sobre la cooperación que España realiza en Nicaragua. Está claro que en países como éste toda ayuda es poca.
El resto de la tarde la pasamos comprando lo propio para una cena española. Decidimos que una de las noches intentaríamos agradecer a las personas que nos han acompañado durante nuestro viaje, todo lo que de nos habían dado o compartido. Así que después de comprar, el grupo se dividió y unos cocinaban, otros preparaban la música, otros ordenaban las mesas, la zona de baile, la zona chill out…
A las 7.30h comenzaron a llegar los invitados: Orlando, el que iba a ser sólo nuestro conductor de autobús pero que formó parte del grupo, y su familia al completo; Yolanda, una amiga que se encargaba de contactar con todos los lugares que visitábamos, y su hijo Tomás; Francis, la jefa del restaurante donde comíamos, y Dennis, el camarero que tanto nos ha soportado; Marina, la chica que limpia en el centro, con sus hijos y nuera y alguna amiga… Espero y creo que se lo pasaron muy bien, aunque el jamón, el lomo, el salchichón, el chorizo que tanto triunfa por la zona occidental no es tan querido por aquí por ser “carne fría”
En estos días también hemos dialogado con Elisabeth Rodríguez Osorio la coordinadora de uno de los programas que el Movimiento de Mujeres Nicaragüense Luisa Amanda Espinoza (AMNLAE) lleva a cabo. Pese a la hora (después de comer) y a la cantidad de datos estadísticos que nos dio (todo sabemos que cuando sólo nos dan datos estadísticos somos más propensos a desconectar) nos centró algo más en un hecho que se detecta sin nombrarlo: el machismo en esta sociedad. Las víctimas de violencia de género son innumerables (1 de cada 3 mujeres son maltratadas) pero lo peor es que las ayudas y los medios que existen ante esto son casi nulos. ¿Os podéis creer que ante un divorcio, la mujer es despojada de todas sus pertenencias automáticamente? De esta forma la mujer queda sometida al hombre, puesto que la política social y económica de Nicaragua no da ninguna facilidad a la mujer a la hora de salir adelante por sí sola.
Hace poco se ha promulgado una ley para regular la situación de la mujer. Ahora bien, si no existe comitiva que haga que esa ley se cumpla, ¿para qué sirve aprobar dicha ley?
Para recibir nuestro último baño nicaragüense, fuimos a una zona turística: un lago que ese día dio la casualidad de que estaba casi desierto de personas. La verdad, es que cualquier pantano de nuestra región le da cien mil vueltas. Hay quien se llevó el bañador pero no llegó a utilizarlo. El camarero era un chavalo de nueve años que se distraía de vez en cuando mirando a otro niño jugar al balón mientras él tenía que limpiar las mesas o servir la comida. Se tenía pensado estar todo el día pero menos mal que se recapacitó y después de comer nos piroteamos. Tras algunas demoras innecesarias conseguimos arrancar hacia la óptica más cercana para ver si el cristal de las gafas de nuestro compadre Miguelón tenía solución. Y tenía solución sólo que deberíamos volver a los 15 días. Merendamos en la Casa del Café. Un local con dos plantas: en la primera está la tienda y una sala pequeña pero con el aire a todo trapo; y la segunda planta que es una terrazota donde puedes ver como la noche va invadiendo las calles. En frente, había una escuela de danza del vientre. Allá que me fui con Marta a investigar y a aprender by the face algunos pasitos. Esa noche comimos de las sobras del día anterior en el ranchón.
Con la llegada del miércoles comenzaba la última jornada en Nicaragua. Visitamos la librería Hispaner donde no sabíamos que libro elegir. Con la mayoría se me hacían la “vista agua”. Al final opté por algún que otro cuento y por otros de cultura de Nicaragua (más o menos como todos mis compañeros)
Ansiosas fuimos en busca de nuestro objetivo en el Mercado de Huembes: comprar cordel encerado para convertirnos en artesanas (jajaja) Teníamos varias horas para pasearnos entre las más de 10000 tiendecitas que lo componen; nosotras lo aprovechamos para hablar con las personas más que para comprar. Hay un montón de niños trabajando a destajo en este mercado (bueno… en toda Nicaragua) “Pase y pregunte sin compromiso… ¿Qué desea?”
Nos reunimos toda la brigada para reponer fuerzas en uno de los comedores del mercado. Por fin, sabía que este momento debía llegar pero no sabía cuándo ¿el qué? Pues comer en restaurante de “baja clase”, ver lo que comen la mayor parte de la población en este país, probar comida no adulterada con “pinceladas norteamericanas” o “españolizadas”. En un recoveco del laberinto que las tienditas formaban nos adentramos por un arco construido con láminas de madera (un poco más gorda que la que utilizábamos en tecnología con la segueta) que daba paso a un espacio más amplio donde mesas alineadas nos esperaban para ser utilizadas. Comimos bajo una gran uralita a las 12.30h de la tarde, pero fue el más delicioso gallopinto y el pollo que había comido desde que empezamos el viaje (pese a varios malos ratos)
Toda la tarde fue para hacer maletas hasta la cena, donde nos despedimos de Francis y Dennis (o eso pensábamos nosotras). Y hasta las 10 estuvimos acicalándonos por que esa noche saldríamos a una discoteca (Matriz). Bueno, quien se lo quiera creer que se lo crea, pero Marta me cogió por banda (no puse mucha resistencia) y me convertí en su producto.
Las cuatro era la hora que habíamos acordado con orlando para recogernos. Cosa que no pensamos demasiado bien, pues justo a esa hora nos lo estábamos pasando rebien y a ninguno nos hubiese importado que los relojes se retrasasen.
Como una bofetada de aire frío una disputa, salida de tono por algún que otro personaje en la furgo, antes de regresar al centro, me enturbió la noche. Pero ya nada se podía hacer.
La salida no se demoró. Desayunamos y comimos en el camino. La frontera nos retrasó un poquito pero lo justo para poder estirar las piernas mientras hacíamos cola esperando un sello que ahora nos adorna el pasaporte.
Bien anochecido, llegamos a Costa Rica. El hotel era un hotelazo que… sólo diré que tenía gimnasio y jacuzzi. Por supuesto eso me permitió no interrumpir mis ejercicios diarios a las 6h de la mañana que habitualmente practico después de ir a misa con Quini en España.
El avión lo cogíamos a las 5 de la tarde, hasta entonces pudimos comprobar en San José que las vacaciones se las toman a raja tabla: en una ciudad de más de 1 millón de habitantes encontramos a menos personas que un domingo en Badajoz. Según parece, la gentecilla o se va a la playa o acude a las procesiones, quedando su ciudad con una apariencia fantasmagórica increíble.
Más comida chatarra (aunque en un aeropuerto hay excusa) y a montarse en el avión. No sabéis que largo se me hizo. Ni hacer pulseras, ni chinchorrear, ni ver películas de finales felices, ni jugar con Dilana (una muñequita de un año que no paraba de reír)… No conseguía una postura cómoda ni buscándola.
El viaje en bus, se hizo incómodo por que en cada parada se bajaba un trocito de brigada, con la que tanto habíamos vivido y con la que tanto habíamos reído, llorado, querido, odiado, sentido… en fin, un trocito de la familia Extremagua en la que nos habíamos convertido y en la que nos habíamos apoyado dentro de esta burbuja de nuestra realidad.
Muchas gracias a todos por dejarme aprender con vosotros y de vosotros en un contexto tan peculiar.
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